Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Presidente Fundación Semilla.
El principio de probidad se refiere a la integridad y honestidad en la conducta de las personas en el ejercicio de su actividad y/o profesión, en lo privado y en lo público. Al hablar del valor público de la probidad de las élites, me refiero a la importancia de que las personas que ocupan posiciones de poder y liderazgo en la sociedad actúen con rectitud y ética en el ejercicio de sus funciones.
La probidad de las élites tiene un valor público. No se trata sólo de la responsabilidad individual ante la ley, sino que ante la sociedad. La falta de probidad de quienes ostentan posiciones de poder y liderazgo atentan directamente a la convivencia y a la esencia de la democracia.
Chile está enfermo y, lamentablemente sólo alcanzamos a ver una pequeña fracción de los delitos asociados a la falta de probidad de las élites. Cuentan con redes de influencia y de protección, profesionales de primera línea que los defienden, grandes cantidades de dinero para corromper, una institucionalidad débil y una crisis ética producto de un sistema individualista, egoísta y altamente competitivo.
Lo más grave es lo extendida que está la falta de probidad en las élites. Es absolutamente excepcional que se haga público un caso como el que se ha destapado esta semana en que un destacado y connotado abogado chileno se explaya sobre una estrategia delictiva para defender a su cliente.
La élite se defiende a sí misma sin miramientos a la pérdida de valor social de sus actuaciones. Se pierde la confianza en las instituciones, se deslegitima la autoridad y el poder, se hace más ineficiente el desarrollo social, económico y ambiental y se afecta gravemente el bien común.
Cuando hablamos de poner un fuerte énfasis en convivencia y ciudadanía en el sistema educacional, no se trata solo de evitar la violencia física, verbal o psicológica, sino también de transmitir y compartir las bases éticas de una sociedad que se respeta a sí misma teniendo las leyes como un “desde” y no como un límite a ser traspasado sin ser sorprendido.
Al escribir esta columna me viene a la memoria Fernando Leniz, quien fue uno de mis profesores en la Universidad de Chile. De su curso me quedó la enseñanza de que, como ingeniero y probablemente como profesional con altas responsabilidades, estaríamos expuestos y tentados a olvidar la probidad y tomar un atajo al margen de la ley. Nos dijo que sería en esos momentos de decisión cuando se vería el real valor como profesional y compromiso con Chile.
El sistema educacional está en un proceso de revisión del currículum nacional. No compitamos con la inteligencia artificial en memorizar conocimientos. Busquemos adquirir las habilidades y conocimientos básicos en lenguaje, matemáticas y ciencia y concentremos los esfuerzos en convivencia, ciudadanía y habilidades para la vida.
La probidad tiene un valor público, sobre todo la probidad de las élites porque en la conducta de cada uno de nosotros está la responsabilidad de fortalecer la confianza en las instituciones, mantener la legitimidad de la autoridad y del poder, contribuir al desarrollo sostenible, promover la justicia social y servir como modelos a seguir para la sociedad en general.