Por: Marcelo Trivelli Oyarzún.
Presidente Fundación Semilla.
El sistema educacional de nuestro país, al igual que en casi todo el mundo, está basado en metodologías y contenidos obsoletos que no responden a la realidad del siglo XXI, expresada en la revolución de las ciencias y las tecnologías, el cambio climático, la globalización, la secularización y la presión antropológica sobre el planeta.
Con la irrupción de las tecnologías de la información y la inteligencia artificial, la educación en contenidos y la memorización de conocimiento con docentes que transmiten materias en un aula, debieran dejar de ser el eje principal del sistema de enseñanza. Esto no significa que el sistema abandone la enseñanza de conocimientos, sino que equilibre los esfuerzos pedagógicos con habilidades para la vida en lo emocional, social y cognitivas.
Hoy se sabe que, al aprender conocimiento, como datos o información teórica, la memoria declarativa juega un papel crucial y esta se almacena en regiones como el hipocampo. La corteza cerebral es la capa externa del cerebro donde se lleva a cabo gran parte del procesamiento relacionado con el aprendizaje de conceptos y teorías. El aprendizaje de conocimiento lleva a la formación de nuevas conexiones sinápticas entre las neuronas.
En complemento, el desarrollo de habilidades para la vida como la toma de decisiones, la resolución de problemas y la gestión del tiempo, involucran la memoria procedural y aportan a una mayor plasticidad sináptica que es la capacidad del cerebro para adaptarse y cambiar en base a la experiencia.
Se sabe también que ambas dimensiones se complementan y potencian entre sí desarrollando nuevas conexiones neuronales y nuevas neuronas. Si esto ya es conocido, cómo bajamos este conocimiento a la práctica pedagógica en la escuela.
Una manera sencilla de abordar la dimensión cognitiva es sintetizar en la siete “C” de la educación: curiosidad, creatividad, comunicación, convivencia, colaboración, pensamiento crítico y cultura física. Estos siete conceptos son la base para un buen desarrollo de habilidades para la vida en el siglo XXI.
Niñas, niños y jóvenes participan de un sistema educacional en crisis, que no les entrega suficiente conocimiento ni habilidades para la vida porque no está en el diseño educacional ni en su implementación. Quienes sí logran estos objetivos educativos lo hacen porque tienen acceso a una educación de altísimo costo o porque habitan en uno de los pocos países que aprendieron la lección.
Se trata del bienestar individual, pero más importante aún es el bienestar colectivo porque los desafíos que enfrentamos son gigantescos. Cada sociedad enfrenta sus propios desafíos y en conjunto la humanidad habita un planeta que cada día exigirá de cada uno de sus habitantes una capacidad de adaptación capaz de sostener la continuidad de la especie humana.